viernes, marzo 31, 2006

Conjugación en el altiplano (y el orden no natural de las cosas)

No eran días buenos para él y su pueblo, las estrellas lo decían. Su abuelo le había enseñado a ver el futuro en ellas.
No hace mucho que sus vidas habían sido invadidas por la maquinaria del dólar y la prostitucion financiera, que acechaba sus tranquilos días en el desierto altiplanico donde desde niño vivía anclado en la libertad de sus orígenes indígenas, que orgullosos ostentaba en cada marcha donde hizo flamear la bandera multicolor. Sin embargo, el haber perdido esa lucha le hirió de sobremanera, mas al ver a sus coterráneos, haciendo fila para conseguir un puesto de obrero en esa industria podrida desde nacimiento y que paso sus trailer por encima de su historia, de su memoria y sus tierras.
Era ese tiempo, solo un año había pasado de esa derrota cuando ya bajaban los tóxicos flujos a lugares habitados. “No trabajo para quienes matan a nuestros niños” decía a sus amigos que tomaban turnos inhumanos. Y era ese tiempo también cuando ella llego a su pueblo, a sus tierras, a su vida, de sonrisa sureña, una mochila de historias y un halo de tristeza.
Había escapado de su ciudad, vivía hace años hay, y estaba empezando a odiarla, aborrecía la tediosa rutina de las calles plomas, de las amistades por favores, de las mentiras de los medios y del medio amor: de la media felicidad. Y así llego a una casona donde él vivía.
La desconfianza de los años y el rencor por la prepotencia forastera, le hicieron evitar todo contacto con la visita. Así pasaron unos días, separados por una pared de adobe, sin mediar palabra alguna, hasta que una de esas noches, se encontraron en la única calle de ese pueblo, sin poder escapar, cruzaron unas palabras y la soledad hizo su trabajo. Porque en esas tierras no hay celulares que pedir, para “llamarte de repente” o algún mail “para tenerte en mis contactos”, era solo la calle y el desierto. Y así, sin saludos previos empezaron a conversar, hablaron sobre la hoja de coca, era todo un misterio para ella. No podía entender como esa hoja que los habitantes del pueblo se echaban a la boca como un chicle, era lo mismo que abundaba en los carretes de su odiada cuidad y que en formato polvo le permitía mantener su estresante trabajo, el mismo polvo que, a una vieja amiga, había mandado a un centro de rehabilitación para cuicos, de esos donde te evangelizan.
Ella le contaba que teniendo todo para ser feliz se sentía sola, y él un poco molesto de tanto lloriqueo capitalino le dijo que hace años no tenia nada, mas que la soledad. Ella se sonrojo y callo, por que en estas tierras los viejos trucos de la ciudad letrada para tener una aventura pasajera, no tenían resultado.
Y hablando de alucinógenos naturales, empezaron a escaparse sonrisas entre ambos, y así se les fue la noche. Y fue la suerte para ella, el destino para él, que permitió que algo se encendiera en esa noche de cigarrillos y alcohol altiplanicos, alguna conjugación en las estrellas, le dio indicios de que podía resultar, tal vez se inventó verlas alineadas, para justificar su entrega a aquella forastera, para culpar a los dioses si algo salía mal.
Y así, ella dejo nómade ritmo, dejo de escapar por un momento y él se guardo su rencores en el bolsillo.
Pero ella no odiaba la ciudad, solo odiaba que la ciudad no la amara a ella, que no se rindiera ante sus pies. Pensó una y mil excusas para largarse, para volver al orden no natural no natural de las cosas que no pudo romper, pero prefirió seguir los códigos urbanos, los mismos que decía odiar y prefirió decir que necesitaba volver a santiago, por un tema laboral y que llamaría. No ocurrió.
Justo cuando él ya veía en todas las estrellas que su suerte había cambiado, se equivocaron sus dioses. Y así ella volvió a sus micros, a sus humos, a su media felicidad y a su medio amor. No creo que a él se le rompiera el corazón o algo así, los años y el desierto le habían puesto una pequeña capa de arena, solo le apagaron un cigarro encima y el humo que salio se lo llevo el viento, igual como la arena de las dunas.
Él solo no mirara las estrellas por unas semanas.